Bogotá no es solo trancones, gente mal humorada, lluvia, frío, motos enloquecidas, taxistas acelerados y altos precios.
Bogotá es una ciudad mágica porque está llena de gente maravillosa, de rincones escondidos, de declaraciones de amor en la calle, de picardías de enamorados, de viejos tomados de la mano, de tintos de amigos, de cafés de tertulias, de poemas atrapados.
La castigamos por lo malo que nos pasa y nunca le agradecemos por todo lo bello que nos da. Esos días de triunfo que tenemos son sobre sus calles, andenes, casas, edificios, plazas, parques, hoteles y teatros. Nuestra vida transcurre en ella, y ella transcurre en nosotros.
No es Monserrate y Guadalupe, los humedales, sus bellos cerros, sus montañas, sus ríos y quebradas, sino ese canto de los copetones al amanecer que nos saludan sonriendo porque la urbe se alista para recibirnos y dejarnos cumplir nuestros sueños.
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